
Por Victoria Ramos Brant.
"Y allí estaba Julieta, sentada en aquél balcón otra vez. La brisa nocturna corría suave entre los árboles, y llegaba hasta ella, agitando su suave cabello y trayéndole las noticias más tristes y desoladas de todas. Suspiraba cada tanto, con los ojos quebradizos, retorciendo sus manos con desesperación, ahogando poco a poco la paz en el dolor. Un millar de cosas cruzaban su cabeza por aquellos momentos, pensamientos iban y venían, sentimientos llegaban y atravesaban el espacio libre de la mente de la joven enamorada. Y un rostro casi familiar se repetía de vez en vez, ahuyentando las esperanzas y acercando la desgracia. ¿Por qué no llegaba? ¿Por qué no venía? ¿Dónde estaba, oh luna, el joven Romeo? ¿Qué esperaba para rescatarla de este infierno? Julieta lloraba, ya casi no lo aguantaba. Miraba la luna, añorante, expectante a cada susurro, a cada detalle que oyera alrededor. Quizás una pisada, quizás el roce de una capa, quizás la voz de Romeo diciendo que la amaba…
Y Julieta abría los ojos, comprobando que nada de esto había sucedido aún, que ella continuaba ahí de pie, mirando la luna, deseando estar con él, siempre con él, sólo con él. Y él, ¿estaría pensando en ella ahora? Y él, ¿sentiría su presencia como ella le sentía ahora? ¿Dónde quedaban las promesas que él había hecho, ya tanto tiempo atrás, de regresar a buscarla y llevarla directo a la felicidad? ¿Las había olvidado ya? Seguro que él había encontrado a alguna mejor, una que no diera tantos problemas, una que no lo llevara a la muerte.
¡Ah, como detestaba a Romeo! Maldito, maldito, maldito Romeo, aquel que la había ilusionado, el hombre más perfecto a sus ojos, quién la había conquistado dulcemente, y ahora la había dejado sola, de pie aquí, al borde del balcón que tantos momentos había contemplado entre ambos, al pie del balcón que le había visto venir otras tantas.Y, entre su inocente llanto, Julieta tomó una decisión, quizás la más triste y desolada de todas las que tomaría jamás. Impulsada por la rabia y la angustia, Julieta llamó a gritos a su nodriza, mientras se secaba con rapidez las lágrimas que surcaban sus tiernas mejillas. Cuando llegó la mujer, asustada y envuelta en una bata, hecha un bólido por temor a algún daño a su Julieta, desconcertada quedó ante el semblante de ésta, de pálida seriedad. Julieta evadió todas las trémulas preguntas de su querida nodriza, y sólo pronunció el nombre que había decidido rato atrás. Al escucharlo, la mujer quedó helada, sin poder creer lo que a sus oídos llegaba. Por más que intentó persuadir a la enamorada, ésta nada más le concedió, y con tímida sonrisa la observó. Luego, se giró otra vez hacia su balcón, contempló la luna durante un tiempo más, para entonces volver a su habitación.
Si alguien creía conocer a Julieta, aquella semana seguramente se llevó una sorpresa. La chica sonreía como nunca, era una nueva princesa. Paseaba dichosa de la mano con su nuevo prometido, jugueteando con su pelo y coqueteando con finura. Aunque desconcertando al comienzo, el cambio de ella a todos agradó, y prefirieron quedarse con aquella nueva imagen, la de la Julieta radiante, antes que la antigua, apagada y tímida.Y no es que ella no fuese feliz; al contrario, Julieta sí era feliz. El hombre que a su lado tenía la hacía sentir como la única en su vida, le daba cada cosa que ella requería, y con su amor la mimaba. Ella era feliz, ella estaba contenta, ella sentí alegría, alegría que, quizás, con Romeo nunca había alcanzado. Julieta vivía tranquilamente, en dichosa paz, con aquel hombre que, al último momento, había escogido, habiendo desaparecido Romeo por su propia decisión, habiendo sido desterrado no sólo de su tierra, sino que también de su corazón.Y así, Julieta se quedó con Paris."
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