Una historia de esas...

...

-Cuando un ángel se enamora, es para siempre.- tu y tus citas del libro sagrado.
-Y que hay de la amistad- te pregunté
-Es muy parecido, tu sabes lo que yo daría por mi gente- contestaste.
-Ordénale!- me decia otra voz... -¡puedes hacerlo!, ¡HAZLO!-
Y un torbellino de imagenes vino a mi mente, partiendo por el día que te conocí. Tu, tan silencioso en aquel salón, pasando desapercibido, pero tu mirada fue distinta. Supe que eras distinto. Y es que en aquel instante no podía llegarme a imaginar cuantas cosas iban a pasar, cuantas historias tendría para contar. Ni en los cuentos. Ni en ellos.

Por fin me decidí, y lo hice.
-Te... ordeno que te quedes.
-Está bien, señorita, no me iré. Yo simplemente obedezco- me contestaste.
Y no sabes que tan hondo caló en mi alma cada una de esas palabras. Sabía (yo) perfectamente como te sentías cada vez que tu enamorada ordenaba algo, y no queria hacerte sentir de la misma manera. Finalmente lo hice. ¿Bien hecho? ¿Mal hecho? Lo hice de todos modos, y no sabes que horrible se siente. Rompí en llanto.
-Creo que me retiro, dejemos la conversación hasta aqui, no me siento bien.- comenté
-No!- hablaste - Te.. ordeno que no te vayas, si es que las órdenes también funcionan con ustedes humanos.
-Siempre estaré aqui, no hace falta que lo ordenes- respondí.
-Y también te ordeno que dejes de llorar, te siento, y se siente muy mal.- me dijiste.
-No puedo dejar de hacerlo, me importas.
-Deja de llorar.
-Nunca más ordenaré, ya me siento suficientemente mal como para hacerlo una vez más.- confesé.
-Lamentablemente debes hacerlo, ya comenzaste, debes ordenarme algo al menos una vez cada mes.
-No lo haré.
-Debes.
-Entonces me tendrás llorando al menos una vez cada mes.- dije secamente.
-No quiero que sufras.
-Así está la cosa, yo ordeno-tu cumples-yo lloro.
-Bueno.

Eres un ángel, y qué puede hacer una simple humana contra un ángel.
Obedecer.